«Qué violencia perfecta la del mundo viejo», de Pamela Terlizzi Prina, es un libro osado en su lenguaje, jugado en su construcción. Un libro que se corre de la mirada del yo lirico y de la cotidianidad.
Un libro que busca indagar(se), preguntar(se) partiendo de la genealogía de la autora, de las mujeres de su linaje, pero no únicamente desmadejando los secretos de sus antepasados romanís o los recuerdos migrantes de una familia, sino también mediante la lectura, o debería decir el intercambio en forma de cartas abiertas con mujeres que transformaron y moldearon el pensamiento de Pamela. Porque, quizás, aún más interesante que poner la voz en la vejez y en la sangre, es ver a Pamela sumergirse sin ninguna protección en la búsqueda de su identidad. Madre, hija, nieta, esposa, amiga, compañera, poeta indomable.
Hay en los poemas que recorren este libro una búsqueda descarnada y profunda sobre la construcción de la identidad de las luchas de hoy en el pasado. Un intento auténtico y genuino de entender o de construir un camino desde las primeras mujeres de las que Pamela tiene recuerdo hasta llegar a ésta que hoy habita Pamela. Una búsqueda, desenfrenada y valiente por entender cómo y de qué manera se construye una voluntad colectiva, una fuerza imparable, una ola que todo lo puede. Pamela busca entender cómo lo colectivo puede nutrirse de pequeñas individualidades y esa es quizás la mayor de las enseñanzas de este libro. Revelar un secreto a voces que nadie nombra pero que todos damos por sentado. Desenmarañar un poco la madeja, dejando un hilo para que aquellxs que vengan atrás puedan tomar estos poemas que son sangre, escritos por poetas que son cuerpo, y continuar buscando la identidad de aquello que nos hace ser lo que somos y pedir lo que pedimos.
Marcos Gras , editor de Santos locos poesía
Poemas de «Qué violencia perfecta la del mundo viejo»
La memoria agita
los hechos que están quietos,
el estero
su drenaje imperfecto
lo inmóvil ocurrido
poroso al recuerdo.
Miento:
es el relato lo que mueve las cosas.
*
Cada vez que creo perder las llaves,
es decir, cada vez
que tanteo bolsillos
que los aprieto al contorno del cuerpo
y me descubro un frenesí y miro
hacia abajo
en todas direcciones, como un radar,
como si mirase en realidad
y no estuviera a ciegas
esperando un milagro que derive
de exprimir la ropa
de falsear un sonido entre dedos, la fe
me ahorca y me sopla en la boca.
Todo hueco e inmediatez.
Cada vez que creo perder las llaves
me condenan los lugares donde no estuve.
Y esos en los que perdí tanto tiempo antes de llegar.
*
Mamá, mamita,
abuela querida,
viejita
¿cuántos umbrales bajísimos tuviste que cruzar?
¿cuántos delitos pintaron frente a vos una línea roja?
¿cuántas veces la pisaste?
Iaia, nona, bobe
¿fue en la aduana?
O en el monte, o en el barco, o en el campo.
¿Con el patrón, decís?
O con tu marido.
¿En el sindicato?
¿En la iglesia, en el templo?
Qué violencia perfecta la del mundo viejo, abuelita.
Todos callaban el ruido de los pogroms.
¿Cómo se escribía tu nombre antes de la guerra?
¿Extrañás las letras perdidas?
Si, entiendo. Era un problema tu linaje romaní.
Y la lengua que usabas para rezar de chiquita:
¿no queda nada de eso?
*

Pamela S. Terlizzi Prina nació en 1980 en Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es autora de Estado de espesura (2012, poesía, Ruinas Circulares), Doce dientes (2013, narrativa, Textos Intrusos) y No cuentes pesadillas en ayunas (2018, poesía, Santos Locos). Integró antologías en Argentina, Uruguay, Colombia, Cuba y España. Es curadora y gestora cultural en la coordinación del ciclo de arte Siga al Conejo Blanco junto a Agustina Bazterrica y del colectivo artístico Queridas todas.
Soy amante de la poesía, y entiendo que toda interpretación es absolutamente subjetiva, independientemente de la métrica y la rima, o sus ausencias.
Entonces simplemente.
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