Sobre El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
Por: Stefania Agoglia
La escritura de no ficción como intento desesperado de hacer perdurable lo que es irremediablemente finito, postergar con palabras, acaso por un instante más, la condena que todos tenemos al polvo y al olvido.
Compartimos un comentario sobre “El olvido que seremos” biografía novelada sobre la vida y obra del padre del autor Héctor Abad Faciolince, periodista y escritor nacido en Medellín.
El día que lo asesinaron, el doctor Héctor Abad Gómez llevaba en el bolsillo del saco un soneto escrito por Borges. Los versos del escritor argentino se rozaban en la tela de aquel bolsillo con una lista que enumeraba los nombres de personas amenazadas de muerte por los paramilitares colombianos, que se había filtrado en la prensa. El 25 de agosto de 1987, Héctor se sentó al lado del cuerpo sin vida de su padre por horas, allí mismo, en un pequeño recoveco manchado de sangre estaría el título de esta historia. Una historia tan conmovedora para el autor que tardaría veinte años en poder escribir, en recordar todos estos acontecimientos con la serenidad necesaria que implica construir desde el dolor.
“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos
ya somos en la tumba las dos fechas
la del principio y el término (…) ”
Esta novela de no ficción es, en un inicio, el retrato de una familia colombiana por aquellos años difíciles de la década del setenta en Latinoamérica. Las primeras páginas almacenan, como un álbum de fotos, el recuerdo de un padre dedicado a sus cinco preciosas hijas, pero sobre todo en la huella que dejó en su único hijo varón quien va a ser nuestro guía, la mano que marcará los trazos del relato. Hay una sucesión de momentos elegidos sobre la crianza de este niño. Las enseñanzas que el autor recopila en este libro constituyen un gran archivo personal del amor incondicional que sintió por su padre.
Sin embargo, el libro se ramifica en dos aspectos del doctor Abad Gómez: en la estela que dejó en cada persona que lo conoció, y en las enseñanzas de un padre amoroso; pero sobre todo en la figura política del viejo profesor de medicina asesinado en Medellín. Un médico que salía con sus alumnos a la calle para que pudieran aplicar sus conocimientos en el pueblo pronto llamó la atención del poder político. “Para mi papá el médico tenía que investigar, entender las relaciones entre situación económica y la salud, dejar de ser un brujo para convertirse en un activista social y en un científico.”
En diferentes espacios de difusión, desde que era un joven estudiante de medicina, insistió en la importancia del agua potable, en la vacunación infantil, colaboró en las campañas contra la tifoidea, enteritis, malaria, tuberculosis, polio y la fiebre amarilla, sobre todo apuntaba a las malas condiciones de higiene y al hambre en los barrios más precarios como los males de los cuales el gobierno debía hacerse cargo. “En lo que era más radical fue en la búsqueda de una sociedad más justa, menos infame que la clasista y discriminadora sociedad colombiana. No predicaba una revolución violenta, pero si un cambio radical en las prioridades del Estado (…) Decía en uno de sus artículos: Una sociedad humana que aspira a ser justa tiene que suministrar las mismas oportunidades de ambiente físico, cultural y social a todos sus componentes. Si no lo hace está creando desigualdades artificiales.”
El relato se desborda por ambos lados, la biografía recopilada por su hijo no alcanza para sintetizar una gran y generosa vida como la de Héctor. Médico que luchaba por una medicina basada en la justicia social, profesor que defendió el libre pensamiento, ciudadano que desde su posición denunció la muerte como epidemia en Colombia, y padre que amó profundamente a su familia. Cada una de sus facetas no carece de errores y desequilibrios, afirma su hijo veinte años después de que un grupo de paramilitares le dieran a Héctor seis tiros, en el funeral de un sindicalista asesinado esa misma mañana. Por aquellos años el Doctor se había comprometido a su manera con la militancia de los estudiantes de la universidad y con ese envión se había lanzado a la candidatura para alcalde, de la que nunca se sabrá cuál hubiera sido el resultado.
“Ya no eran las enfermedades contra las que tanto luchó las que ocupaban los primeros puestos entre las causas de muerte en el país. Las ciudades y los campos de Colombia se cubrían cada vez más con la sangre de la peor de las enfermedades padecidas por el hombre: la violencia.”
Es un desafío intentar abarcar esta historia en un libro, su hijo quiso hacer lo imposible y se acercó bastante: resucitar a su padre a través de las palabras para alargar su recuerdo antes que llegue el olvido, no vengar su muerte, pero si al menos contarla. Combatir el dolor, como hizo Héctor repetidas veces, denunciando las injusticias con la verdad.