Adriana Morán Sarmiento.
A Ysabel Carolina
Toda la universidad, completa, tenía sólo seis salones de clases en un bloque, otros ubicados en espacios externos, y un gran edificio en construcción al que, como estudiantes, nunca vimos terminado. Siempre la llamé “la construcción”, aun cuando, seis años después de graduada, regresé a trabajar y seguí conviviendo en ese edificio gris, a medio terminar.
De la vieja edificación quedaron muchas historias: asaltos con pistola, amores furtivos, violaciones, intentos de suicidio, declaraciones perversas, juramentos de amistad, secretos censurables e historias como ésta.
En aquel entonces, la vida académica se desarrollaba en un espacio más antiguo y pequeño que simulaba una escuela rural, y donde se destacaba –justo en medio de los salones oscuros- un lugar al que tristemente llamábamos “cafetín”. Atendido por Manolo, un hombre no muy mayor y amargado de poco afecto por la limpieza, circulaban alegremente varios perros pulgosos que le hacían compañía.
Lo único que vendía Manolo eran una empanadas de carne grasientas que freían siempre en el mismo aceite y gaseosas de todos los sabores que uno mismo escogía de dos cavas corroídas por el tiempo. Por la tardecita, el olor a aceite quemado que despedía el lugar era insoportable. Los perros daban vueltas alrededor de la cocina mientras se rascaban las pulgas. Manolo leía el periódico en la puerta trasera y se quejaba con los estudiantes por la mala situación en la que vivía. Casi nadie comía ahí, pero a veces, entre el apuro de una clase y otra, no había más remedio.
Una mañana Carolina compró tres empanadas de carne y una Frescolita. Salió del mugriento local enrejado, caminó por el pasillo y se sentó en una banca. Puso la botella de gaseosa y la bolsita aceitosa a un lado, mientras guardaba algo en su cartera. Audaz y sigiloso como un ladrón, un perro salió del cafetín, caminó por el pasillo, pasó junto a la banca y con su hocico agarró la bolsa de las empanadas y se la llevó. Sin prisa, caminó hacia la construcción y devoró su desayuno, con bolsa y todo. Soportando la burla y el hambre, Carolina se conformó con la Frescolita y su disgusto.
Adriana Morán Sarmiento. Publicó Yo soy el mensaje. Ensayos de gestión cultural (UNICA, 2009); Buenos Aires, la otra ciudad. Una mirada del extranjero en tránsito (Edición independiente, Buenos Aires, 2009) y Crónicas repetidas (Exposición de la actual narrativa rioplatense, 2014).
Dirige La Vaca Mariposa Libros y Revista Muu+ Artes y Letras.

Fotografía: Ana Villanueva. De la Serie “Mujeres al borde”. VER