Sobre “Agonía de los días terrestres” de Ricardo Montiel
Por Gustavo Valle
Agonía de los días terrestres explora ese lenguaje inexpresable que no podemos y no alcanzamos a elaborar y que sin embargo nos empuja con su carga de sensaciones en busca de una interpretación, siempre rezagada.
Parece el título de un libro de Pablo Neruda, especie de Residencia en la tierra, pero francamente engañoso, pues acá no hay ni vanguardismo ni surrealismo, ni acumulación de metáforas ni una voz convocando las fuerzas universales. Acá el poeta convoca más bien a sus pequeñas y cotidianas incertidumbres, a sus sospechas, a través una postura abiertamente reflexiva, siempre que entendamos la reflexión como ese pensamiento obsesivo y un poco estéril que nos lleva a generar más preguntas que respuestas y ninguna conclusión acerca de lo que pensamos.
En su Walking Around por la ciudad de Buenos Aires, los poemas de este libro casi siempre parten de una circunstancia exterior, es decir, el lugar donde ocurre, o donde se despliegan el tema y la voz del poema: la calle, el patio, la plaza, la puerta de entrada de un edificio o el supermercado chino. Es decir, el lugar y el estar en ese lugar determinan y posibilitan la reflexión, o más bien, ese lugar y la escena que allí ocurre, son la excusa y también la metáfora de una reflexión sobre la existencia, o mejor, sobre la supervivencia e incluso sobre la subsistencia.
Y con frecuencia esa reflexión se ocupa de especular acerca de lo que no se dijo o no ocurrió entre los personajes que aparecen en el poema, y puede travestirse también, por ejemplo, en lo que no alcanzamos a meter en la maleta “del inventario que no hicimos”, cuando salimos de viaje, como dice en el primer poema, quizás porque lo que no decimos es lo que llevamos más cerca de nosotros, y lo que parece habitarnos de una manera más estrecha y fantasmal. Y esto no dicho, que se encarna en el silencio, opera como una materia expectante, como si nuestras vidas estuviesen signadas por el hecho de estar a la espera de algo que va a ocurrir o de alguna palabra que no ha sido pronunciada todavía.
La nostalgia, por ejemplo, opera de esa forma: saudade, le dicen los portugueses, que no es exactamente la nostalgia, sino una cierta dimensión melancólica o un anhelo por lo que no está o por lo que ya no somos, y de lo que nos separa el tiempo o el espacio, o ambas cosas. Y esa dimensión melancólica es escurridiza a las palabras, y tiene como herramienta de comunicación el silencio, junto con la “música de su impulso”, como bien dice otro de los poemas de este libro.
Con esto quiero decir que la condición del emigrante, que es un tema que ya está en el primer libro de Montiel, Ciudad Blanca sobre fondo blanco (Ediciones del Movimiento, 2015), también está presente aquí pero sin el dramatismo que suele teñir estos asuntos, y sin referencia alguna, o al menos no explícita, a Maracaibo, su ciudad anterior. “Queda cierta nostalgia por algo / que una vez consideramos / de importancia relativa”, dice en el primer poema. Y óiganse bien: “cierta nostalgia” e “importancia relativa”, torpedeando así todo sentimentalismo y poniendo incluso en duda la importancia de eso que se dejó atrás. “Buenos Aires –dice en otra parte– a donde siempre alguien llega / a continuar o intentar / huir de lo continuado”.
La memoria, que es un tema muy importante en Ciudad blanca…, y que configura por sí sola, la identidad del individuo. Acá, en Agonía de los días terrestres, prácticamente no aparece, y por lo tanto esa identidad pierde consistencia y se problematiza: “La nublada ciudad convertida / en un espejo horizontal, / alguien que pisa y deshace / su reflejo sin notarlo, / alguien que pisa y reconoce / su inestable identidad”. En un momento dado aparece una definición del poeta: “tortuga voyerista”, leemos. Y sí: lentitud, necesidad de una coraza por exceso de fragilidad y contemplación inquisitiva. Una de las mejores y más sintéticas definiciones de ese extraño sujeto llamado poeta. Y de paso, la única definición que encontraremos en este libro.
Pero es en la imagen de un chino que atiende la caja registradora de un supermercado, donde encarna en un personaje urbano la dimensión abismal e inexpresiva del emigrante: el chino, abstraído en su mundo remoto, lejos de su entorno, de su idioma y de su cultura, no emite palabra ante el cliente que tiene frente a él, no responde el saludo, se encuentra hierático y solo en su “conmovedora concentración”, “en una especie de huida hacia adentro”. Esa huida hacia adentro es la dimensión espiritual del exilio.
A la lista de espacios en los que ocurren estos poemas, podemos sumar los espacios de la intimidad doméstica, el baño, la cocina, la habitación y la cama de la pareja. Allí se revelan signos de ciertas latencias emocionales, algunas incluso amenazantes: “una mancha que no habíamos detectado / expandiéndose como un húmedo tumor”. En esa intimidad se ensaya “una posible definición de amor”, y de nuevo aparece ese matiz que forma parte de la poética de este libro, “una posible definición”. Es decir, la incertidumbre como estrategia para acercarse a la realidad o la comprobación de la imposibilidad de contenerla y dejar solo el aproximado de nuestra mirada, a través de palabras. No hay definiciones, ni axiomas, ni revelaciones, ni conclusiones, y si las hay son en forma de tortuga. Hay acercamientos, tentativas, aproximaciones, donde el amor es “ser feliz en lo fugaz / del error”, y “la duda late como un músculo”. O en otra parte, como una imagen de la comunicación entre la pareja: “una leve / interferencia entre dos / o tres frases que al final / se interceptan sin ligar / entendimiento”. Un entendimiento, como dice en otra parte, operado a través de “un mudo mecanismo”.
Otros temas y paisajes aparecen en este poemario: la tensión entre la individualidad y la muchedumbre, el vocerío y la batalla verbal en una reunión social, la contemplación de un patio de juegos infantiles o la mirada puesta a través de la ventana de un “torpe colectivo”. En estos escenarios, que integran la vida urbana en su más estricto sentido, se expresa la compleja obsesión hacia lo urbano del arquitecto que es Ricardo Montiel. En este libro no hay referencia alguna a la naturaleza, todo en él es ciudad, es polis; si hay árboles son los que están sobre la vereda, si hay animales es porque son nuestras mascotas o están antropomorfizados. Lo que abundan son ciudadanos, vecinos, habitantes con sus neurosis y sus silencios, con sus miedos y sus dudas, con sus sospechas, siempre allí, como expectantes, como si fuera a ocurrirles algo de un momento a otro, como si por descuido o por error se produjera “un recálculo en sus vidas”, “una torcedura del instante” que, sin embargo, no lograremos interpretar. La agonía de este libro llamado Agonía de los días terrestres es la agonía de la interpretación y, por lo tanto, su triunfo es el misterio.
Algunos poemas de Agonía de los días terrestres
Una cierta nostalgia por algo
¿Dónde habrá quedado
la caja que nos falta
del inventario que no hicimos?
¿En el camión? ¿En una esquina retirada y
oscura
del placard que en una última inspección
dimos por vacío?
Cambiamos el color de las paredes. Imponemos
nuestra lógica de muebles y clavos;
lámparas que, como en una exhibición,
graduamos a la atmósfera que la obra,
nuestra obra adaptada al ambiente
de esporádico relevo, demanda.
Pero cómo nos cuesta olvidar
la caja extraviada. ¿Qué era
lo que había en su interior?
¿Algo que una vez decidimos
apartar de nuestra vista intentando
apartar así de nuestra mente? ¿Algo
de lo que no conseguíamos
desapegarnos?
Tras la logística de desplazamiento
queda cierta nostalgia por algo
que una vez consideramos
de importancia relativa.
*
Agonía de los días terrestres
Digamos que te mudas de país. Cruzas el aire
continental, y vas de cama en cama
como esos fugitivos que nunca
deshacen el bolso ni cambian
de ropa. Pero esa
es solo una fase de la calesita
que irá disminuyendo en su entusiasta
velocidad inicial. Entonces te vuelves
tortuga voyerista (poeta)
bajo el caparazón de un empleado
cualquiera: partícipe regular en horas pico,
al día con las mínimas obligaciones
que el bolsillo y el estilo
te permiten. Pero esa
es solo una fase de la calesita
que irá disminuyendo en su entusiasta
velocidad inicial. Un día
digamos que el subte se demora: el parlante balbucea
el clásico eufemismo. Llegas más tarde
de lo habitual. Te encoges junto a ella (que llega mucho antes
que vos a casi todo) en una de las últimas
camas de este viaje. Te preguntas (digamos mentalmente)
cómo se pueden mantener por tanto tiempo
dos miradas que intercambian
la agonía de los días terrestres,
y ser feliz en lo fugaz
del error a la vez.
*
Una ley
Caminan juntos al atardecer. Ambos desean
–cada uno a su manera– el viaje sin retorno. De dónde
provenga tal hambre, no importa. Los ojos
extranjeros se fijan
en caras fugaces en las
ventanillas del tren, en la sombra
extraña que se cierne
sobre el hueso dislocado de un paraguas
en el seco pavimento. La casa
que comparten no está lejos. Si se trata
de volver, se esmeran en crear un laberinto
que incluye callejones sin salida. Decretan,
sosteniendo una bolsa con algunas
menudencias del supermercado,
algo que parece una ley:
si se está demasiado cerca
desprenderse y revolotear
como la mosca que predice
su eventual petrificación.

*Palabras de presentación del libro Agonía de los días terrestres, de Ricardo Montiel (Caleta Olivia/ Rangún, 2018) Diciembre 2018, Buenos Aires.
Gustavo Valle (Caracas, 1967). Es licenciado en Letras por la UCV y realizó estudios de doctorado en Madrid. Actualmente vive en Buenos Aires y escribe regularmente para medios impresos y digitales de Venezuela, España, México y Argentina. Ha publicado los libros de poemas Materia de otro mundo (2003), Ciudad imaginaria (2006), y el libro de crónicas La paradoja de Itaca (2005). Con su novela Bajo tierra (2009), ganó la III Bienal de Novela Adriano González León, y el Premio de la Crítica al mejor libro de ficción publicado en Venezuela en el 2009. Ha escrito dos guiones de largometraje, “El libro que no ganó el concurso” y “Peones”, ambos premiados por el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, CNAC. Coedita la revista de cuento iberoamericano http://www.cuatrocuentos.wordpress.com. Mantiene también su blog http://www.thecuatreros.blogspot.com.
Ricardo Montiel (Maracaibo, 1982). Reside en Argentina desde 2007. Es autor del libro de poemas “Ciudad blanca sobre fondo blanco” (2015). Colabora para medios impresos y digitales de Argentina, Costa Rica, España, México, Colombia y Venezuela. Coedita la revista digital http://www.mereceunaresenia.com.
Foto de portada: Pilar Rangel
Revista Muu+
Marzo 2019