INÚTIL RECLUSIÓN
Uno cree estar a salvo del desamparo usual,
quedándose en la casa todo el día.
Los colores cordiales, los muebles protectores,
las paredes de ceño inexpugnable,
aseguran la vigencia tranquila
del amparado temple, del sosiego.
Se puede así escapar a la obcecada esgrima
que deshilacha la trama del mundo;
se puede reposar, impedir el desgarro,
y aun desorientar el filo abalanzado…
Pero quién sabe cuáles amenazas
preparan la ignominia, cunden calladamente
en los entresijos, bajo las baldosas;
qué brasas de pasiones guardan su incendio mínimo
tras el dintel donde se abre la vida…
Desde sus escondites, las alimañas captan
la ocasión: pasa una débil víctima
con los resortes del cuido relajados.
Siempre cruza este espacio, con repetida calma,
con naturalidad, sin oír el resuello
abominable. Quizás le corresponda
ahora descubrirlo. La ominosa intemperie
(piélago estremecido de latencias dañinas)
podría quedar aquí, precisamente aquí.
DEMONIOS ELEGANTES
Oriana, nuestra perra pequeñita
de raza cacri (callejera criolla),
caía de noche en trances de locura
canina e impotente. Era incitada
por el desafío audaz de los gatos de Omaira,
una vecina que cuida esos demonios
elegantes como si fueran hijos.
No ha habido ningún modo de convencerla de
contener las incursiones súbitas
de sus menudas bestias. Se les ve
merodeando en los techos, negociando su acceso
a las almas cercanas que luego, de un zarpazo,
llevarán a su infierno familiar.
La perra, la esforzada guardiana que impedía
nuestra condenación, a pesar de los méritos
pecaminosos que no faltan a nadie,
se puso melancólica y murió.
Las hirientes pupilas verticales
nos vigilan ahora libremente.
Y, como siempre, Omaira los protege,
los cree inofensivos, cacarea
su inocencia como gallina tonta.
Ellos taimadamente se relamen:
saben que su comercio no será
más nunca contrabando, sino abierto
latrocinio total. Así pasean,
se desperezan, prueban la maroma
y no se ocultan ya, ni disimulan.
GÉLIDO LLANTO
A la vieja nevera le ha dado por llorar:
Suelta gemidos raros a horas inesperadas,
se deshace en dolidas, operáticas lágrimas,
y así acumula a veces apasionados charcos.
Cada vez que hace eso, el técnico, el experto,
posterga su venida con excusas inicuas.
Dice que son así, rebeldes, esas máquinas:
que el mal puede atenuarse pero seguirá luego.
La acerada señora, gélida y eficiente,
ha dado pues un vuelco sospechoso:
no son sólo las lágrimas sino un calor rarísimo
súbito y lateral, de viejo amor que vuelve.
Habrá que ver si el ritmo de esas intemperancias
será el mismo, agitado, de las tribulaciones
intermitentes que arañan las almas.
Porque, de ser así, un peligro se cierne:
una habitante equívoca, con caprichos y espíritu
y reacciones insólitas, se inmiscuye en la vida
que hemos ido llevando. Y ahora pone en riesgo
lo que ha guardado siempre: el crucial alimento.
PASIÓN DE AIRE
El aire tiene envidia de lo quieto,
de la tierra y la piedra sobre todo.
Si fuera menos móvil, podría comprar su casa
y quizás reposar algunas veces,
como el agua del río que posee
el cauce, el lecho donde sostenerse.
Si en vez de andar lamiendo servilmente
las caras de los otros
tuviera rostro propio, no una máscara
ajustable a los ámbitos que ocupa,
pudiera sentir lágrimas cruzando
su sonrisa escondida en los espejos.
Si tuviera en el cuerpo algo palpable
y no esa transparencia migratoria
podría aferrarse a cierto amor espeso
en vez de andar quejándose, al volar,
de su única pasión, la libertad
SALIR DE VIAJE
Acometer un viaje es siempre la acrobacia
de andar en vilo en vez de estar en casa.
Sale uno de sí mismo pero queda,
y aunque pierda una vida obtiene otra.
Los objetos amados, que son los más inútiles,
no entran en el mezquino caudal de la maleta.
Los hábitos extienden el reticente cuello
y uno los decapita, resignado,
no vaya a rebrotar y maniatar el gesto
la usual enredadera del arrepentimiento.
Se dejan pues temblando como tímidos hongos
los muñones del tiempo detenido,
y se va al aeropuerto, al vacío, al después.
Luego despierta uno y llega al otro mundo
con los ojos colmados de desconocimiento.
Tras lavar las costumbres quitadas de los párpados,
emprende una gimnasia de miradas distintas.
La hora de comer es ahora deshora,
tropezando se traza el mapa del hotel.
Cambian la resonancia de la prisa y la pausa,
la insistencia del sol, la actitud de los árboles.
Comienzan otros trances, apuestas imprevistas,
la incertidumbre mórbida de aprender otros bailes,
la aturdida sorpresa de los nuevos enigmas,
y la sabiduría perpleja de ser nadie.
DESMEMORIA
En su descalzo juego, la memoria
procede con cautela, sorteando los obstáculos,
evitando agitar innecesariamente
tanto residuo falso, tanto resto
de vida derrumbada. Lo proscrito
palpita en escondrijos,
evita los anzuelos exigentes,
y persevera en ese fondo anónimo
hasta adoptar un disfraz arbitrario:
recuerdo tambaleante, sueño cómplice,
ciego pez aturdido que surge retorciéndose
desde algún pozo último. De allí,
renuente lodo que todavía duele,
brota con ronca urgencia
(atormentado esconde
voces inconfesables).
Las huellas, donde estén,
son pérdidas presuntas,
fingidas permanencias, engaños maliciosos…
Solamente borrándose
puede uno perdurar.
ESCARAMUZA
No podemos zafarnos, ni flamear,
ni soltar las amarras e ir cantando,
si la brújula interna
nos aferra.
Es preciso quebrarla
si queremos
abrirnos al garete: divagar,
ir sorbiendo la gracia que salpica,
navegar sin sombrero ni camisa,
envueltos en la rauda escaramuza
de la brisa encrespada, del desborde.
Y entonces prodigarnos,
como si no importara el desperdicio,
porque habremos por fin recuperado
la intensidad, el soplo vehemente,
el fértil desenfreno,
el vuelo ágil.

Jesús Alberto León (La Victoria, Venezuela, 1940). Biólogo y matemático (Universidad Central de Venezuela), PhD (Universidad de Sussex, Inglaterra). Es profesor titular en la UCV y ha sido profesor visitante invitado en las universidades de Stanford, Harvard, Trieste, Sao Paulo y Kyoto. Reconocido internacionalmente como uno de los iniciadores de la Ecología Evolutiva Teórica. Se le considera uno de los fundadores del relato venezolano contemporáneo con los volúmenes Apagados y violentos (Tabla Redonda, 1964) y Otra memoria (Monte Ávila Editores, 1968). Su obra poética comprende Desvestiduras (Contextos, 1991), Despojamientos (Fundarte, 1997), Riesgo de cercanía (Eclepsidra, 2001), Habitar el instante (Monte Ávila Editores, 2005), La duda y la deriva (La Nave Va, 2006) y Desasosiegos (Editorial Equinoccio, 2010). Su trayectoria multidisciplinaria le ha hecho merecedor de importantes distinciones: Premio Municipal de Prosa de Caracas (1968), Mención Honorífica en Poesía de la Bienal Ramos Sucre (2000). En Filosofía ha sido merecedor del Premio Federico Riu (1ª Bienal, 1991); en Ciencias del Premio Francisco De Venanzi (UCV, 1991), Mejor Trabajo Científico (Conicit, 1991) y Premio Lorenzo Mendoza Fleury (Fundación Polar, 2001).