Monzantg
«Queda la lengua materna», responde Hannah Arendt en una entrevista de 1964, después de haber emigrado de Alemania a Francia y luego a Estados Unidos; «la patria es la lengua», escuché a Ángel Lombardi al referirse a qué es Latinoamérica y lo latinoamericano. Algo intuye José Antonio Durán, jovencito a quien había dado clase en la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo, Venezuela; y quien, en el dinamismo emocional de los primeros meses de pandemia, me invitó a formar parte de un club de lectura.
«Pero solo hablaremos de libros ¿verdad?» Desde que llegué a Buenos Aires, había estado en diferentes grupos de lectura por Twitter, y en otro por WhatsApp, y todo iba bien hasta que enviaron canciones, compartieron despechos del encierro y las notificaciones se multiplicaban minuto por minuto. Pedí disculpas a la organizadora y me retiré.
A Jose le pareció bien concentrarnos en el libro de turno y él tenía su propia condición: solo leeríamos libros escritos originalmente en español. Me pareció clave para un grupo de inmigrantes venezolanos repartidos en cinco países y dos continentes, con diferentes idiomas e idiosincrasias; y, mientras decía que sí vi cómo, en medio de la negociación, quedaban por fuera Kafka, Dostoievski, Joyce y otros autores del canon occidental, además de todo el canon oriental, con los cuales tengo deuda que me habría gustado aprovechar para saldar. Siempre nos quedará Borges, me dije. Sobre todo porque meses antes me habían regalado los cuatro tomos de la obra completa.
Conversamos sobre con qué libros empezar. Jose lo tenía claro: El túnel y La loca de la casa serían los primeros. Me pareció perfecto. Le dije que están entre los libros recomendables para empezar a leer, y completé la lista con Ficciones, El Aleph, El llano en llamas, Pedro Páramo, El coronel no tiene quien le escriba, Aura, País Portátil, Piedra de mar, Doña Bárbara y Papiros amorosos. Quedaban por fuera La metamorfosis, Crimen y castigo, Dublineses, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El retrato de Dorian Gray, Cartas a un joven poeta…
Terminamos la primera selección de libros escritos originalmente en español, de diferentes países de América Latina y de España, y, debido a la presencia de una nueva integrante en el club –fan de Isabel Allende– acordamos leer La casa de los espíritus. Fue imposible. Sabía que el libro era malo, pero no había escuchado de su autora acusada de plagio. Intenté leerlo porque me gustaron algunos personajes, pero no terminé el primer capítulo. Me había entusiasmado el prólogo elogioso de Zoé Valdés hasta que llegué a esa copia descafeinada de Remedios la bella que es Rosa la bella. Me transportó a un tuit del escritor venezolano Héctor Torres, en el que recordaba que cuando en la música y el cine hacen algo así le llaman homenaje, pero en literatura le llaman plagio.
Hicimos caso a quienes recomiendan saltarse torturas semejantes y acordamos no terminarlo. No vale la pena perder tiempo, leer por fuerza y compromiso cuando queda tanto buen libro sin leer. Así que de la copia fuimos al original, y aunque García Márquez no fue el primer Nobel de América Latina y habíamos leído juntos El coronel; con Cien años de soledad comenzamos, sin orden temporal, el ciclo de latinoamericanos premiados con el Nobel de Literatura.
Después sugerí una manía: seleccionar libros y leerlos en el orden en que fueron escritos. Organizamos la lectura según el año en que la autora y los autores ganaron el Nobel. Gabriela Mistral en 1945; Miguel Ángel Asturias, 1967; Pablo Neruda, 1971; Gabriel García Márquez, 1982; Octavio Paz, 1990; y Mario Vargas Llosa en 2010.
La primera vez que a América Latina llegó un Nobel de Literatura fue gracias a una desconocida maestra de Chile que, además, no escondió su asombro en su discurso de recepción del premio: «Hija de un pueblo nuevo… Por una venturanza que me sobrepasa…»
Por una parte de su historia personal, Mistral me recuerda a Safo, la poetisa de fuerza serena y palabra elegante del pasado lejano. Pero también conecto a Mistral con la alcaldesa de Bogotá en 2020, Claudia López, quien dice tener tres de los cinco pecados o barreras para no alcanzar espacios de reconocimiento: solo le faltó ser indígena y afrodescendiente, pues es «mujer, hija de una maestra y lesbiana», suficiente para no encajar en el perfil tradicional de las élites.
De Mistral leímos una selección que incluye Sonetos de la muerte (1915) y Desolación (1922). Pero aunque fue la tercera vez que lo intenté, no conecto con una poesía de espiritualidad en parte religiosa que, de cualquier modo, siento anclada a un pasado anterior a aquel en el que fue escrita.
El siguiente Nobel fue Miguel Ángel Asturias. Teníamos pautado leer dos libros por Nobel, pero El señor Presidente nos hizo repensarlo y sacamos Hombres de maíz. Qué difícil leer a un autor que escribe frases y líneas geniales a partir de personajes casi bidimensionales en medio de historias crudas que, en algún momento, me recordaron lo grotesco por exagerado de Rabelais en sus Gargantúa y Pantagruel.
Como no solo es leer y comentar, en El Club de La Mancha tenemos algunos hábitos. Primero, apenas terminamos el libro correspondiente a la semana o el mes, lo puntuamos a partir de un criterio puramente subjetivo. Así que, como de diez que fuimos quedamos tres, dejo imagen del archivo en Drive en el que Catherine, Jose y yo hacemos la puntuación:

Al empezar octubre comentaremos dos obras de Pablo Neruda. Entre octubre y noviembre, dos de Octavio Paz; en noviembre y diciembre dos de Vargas Llosa, y final de diciembre de 2020 alcanza para Ficciones y El Aleph que, entre orden y reacomodos, habían quedado por fuera a pesar de que considero a Borges el escritor más importante nacido en América.
Dedicaremos 2021 exclusivamente a Don Quijote de La Mancha, a razón de dos a tres capítulos por semana.«El horario de trabajo no nos va a quitar leer el libro que da nombre a nuestro grupo», dijo quien nos agrupó. Además, hay consenso en la importancia de Cervantes y Shakespeare como fundacionales en la literatura occidental.
Tenemos agenda exigente prevista para comenzarla a partir de 2022. La idea es comenzar una lista de cien libros en el orden en que fueron escritos. Desde Los himnos de los templos sumerios y La exaltación de Inanna, de la poetisa y sacerdotisa acadia Enheduana, cuyos libros son los primeros en la historia de la humanidad de los cuales se conoce quién los escribió, que en este caso es una mujer. Continuaríamos con la epopeya de Gilgamesh, o la angustia por la muerte, los tres ‘libros’ –o tablillas– provenientes de Mesopotamia hace cerca de cuatro mil años; para pasar al Bhagavad Gita, Calila y Dimna, Kama Sutra, el Yahvista o «Pentateuco» (Biblia), Corán, Mil y una noches, Arte de la guerra, Cuatro Libros de Confucio, I Ching, Li Po, Tao Te Ching, Libro de los muertos, del canon oriental; y, respetando en lo posible el orden temporal, alternar con Homero, Hesíodo, Safo, Esopo, Esquilo, Píndaro, Sófocles, un poco de Herodoto, Eurípides, Tucídides (un poco menos), Aristófanes, Jenofonte, algo de Platón y Aristóteles, algo de Polibio, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Séneca y Marco Aurelio.
Una cincuentena de libros si se toma en cuenta que de algunos de ellos se debería leer más de una obra, para dejar tiempo, espacio y ganas, y después de los autores latinos rescatar lo que sea posible de la época que Europa llama medieval. Pasar por el Cid, Dante, Chaucer, Marlowe, varias obras de Shakespeare, algo más de Cervantes; Maquiavelo y su Príncipe, Montaigne, Sor Juana Inés, Jane Austen, las hermanas Brontë, Virginia Woolf, Agatha Christie, Mary Shelly, Mary Ann Evans (o George Eliot), Simone de Beaviour, Marguerite Duras, Emily Dickinson, Doris Lessing, Hannah Arendt, Alejandra Pizarnik, Teresa de la Parra, María Calcaño, Claudia Piñeiro, y llegar, ahora sí, a Dostoievski, Tolstoi, Kafka, Joyce y Borges, e incorporar latinoamericanos más contemporáneos, entre los cuales no faltarían el chileno Roberto Bolaño, dos o tres autores venezolanos del siglo veinte, como Gallegos, Úslar Pietri, Picón Salas y Miguel Ángel Campos, y buenos escritores del siglo veintiuno como Héctor Torres y Norberto José Olivar.
Cansa pensarlo, pero la verdad es que uno pasa la vida leyendo y, al menos desde mi punto de vista, mejor hacerlo con cierto orden. ¿Por qué empecinarse con un orden temporal si se puede disfrutar según lo que nos provoque leer en el momento de tener un libro al alcance o la novedad del momento? Valen todos los caprichos e intereses. En mi caso, porque me gustan las continuidades y aprecio ver la posible interinfluencia entre los autores y sus temas. Algo así como una genealogía de la comprensión, pues en lo posible quiero ver cómo cambió lo que sabemos y, sobre todo, de dónde viene lo que sabemos.
Sé que faltan autoras y autores de todas las épocas y lugares. Mientras vida y ganas den, habrá otros cien.
Hasta el momento, entre final de abril y septiembre de 2020, solo hemos leído doce libros, de dos autoras y siete autores hispanoamericanos, procedentes de siete países diferentes, escritos a lo largo de casi cien años, entre principio del siglo veinte y principio del veintiuno, y pocas veces hemos estado de acuerdo en la percepción que tenemos de la autora o autor; en la interpretación de la obra, los comentarios y la valoración o puntuación. Es una de las cosas que de «nuestra pequeña sociedad» más ha gustado a Catherine.
«La verdad es que estaba nerviosa. Toda la vida he tenido problemas para comprometerme con otras personas sin importar el tipo de convenio. Ahora recibía de mi buen amigo José A., la invitación a formar parte de un grupo en el cual la disciplina de lectura y la exposición de ideas serían claves para entender y darse a entender. Tampoco había pertenecido a un club de lectura así que, con ese nerviosismo, le respondí que sí participaría. Me acosaba la imagen de aquellos seres sin rostro junto a sus bien expresadas convicciones y a mi persona, en cambio, no logrando producir sonido alguno. Hoy seguimos tres de los iniciales aquel primer día y de los que se agregaron luego. Y cada sesión aprendo de estas personas con las que comparto una de las cosas más preciadas que se puede compartir: la pasión por la lectura, la interpretación y el entendimiento. Libertad que se inhala y exhala. ¡Qué buen sentimiento! Traen y comparten experiencias; me enseñan, yo aprendo. En ningún momento sentimos el compromiso de estar de acuerdo con el otro: reconocemos ser mentes y corazones que funcionan y laten bajo ritmos distintos. Veo frente a mí volverse fantasma mi viejo concepto preconcebido sobre clubs de lectura. Lo dejo desaparecer sin remordimientos para dar paso a esta nueva imagen que se me ha mostrado. Para mí un club de lectura no es simplemente lo que se lee y se dice. Es una conexión conmigo misma, con los personajes de las historias leídas y con los miembros de esta nuestra pequeña sociedad».
Jose, que desde su sentido de pertenencia lo llama «El club de los poetas exiliados», cuenta que «Hace unos cuantos domingos atrás, cuando apenas empezaba la cuarentena, se me ocurrió hablarle a un viejo amigo para contarle mi más reciente idea: un club de lectura. No tenía experiencia en eso. En el pasado quise participar en uno pero simplemente no pasó. Quizás porque en Venezuela nace una nueva historia cada minuto, y se nos vuelve difícil ponerle atención a las viejas historias; o porque es fácil distraerse en estos tiempos de información desbordante. Cualquiera fuera el motivo, sin Venezuela y en cuarentena, creamos el ‘Club de los domingos’. El nombre no sonaba tan bien. De domingo solo tenía el día de las reuniones, nadie se llamaba domingo y tampoco tenía nada que ver con un tema religioso. Solo éramos un par de ‘exiliados’ con ganas de acortar las distancias al crear un espacio para compartir nuestro interés por la literatura, porque a veces leer por tu propia cuenta no es suficiente. Hace falta tener una visión alargada, así prestemos ojos y cerebros ajenos para lograrlo. En el club, he aprendido a leer hasta con el alma. Me impresiona cómo la lectura te hace imaginar historias, y cómo te hace crearlas cuando las compartes con otras personas. Es como crear un pequeño universo o armar el rompecabezas de mil piezas. En tan poco tiempo crecí mucho, recuperé el gusto por la lectura diaria. Es como si hubiese dejado mi armadura quijotesca mal hecha a un lado del camino. Como dice Rosa Montero en La loca de la casa, uno no puede empezar un viaje de conocimiento llevando previamente las respuestas consigo».
Otro hábito que tenemos en El Club de La Mancha es que, a manera de postre o de «cineratura», después de leer el libro, vemos la adaptación al cine –como con El túnel y Pedro Páramo– la entrevista al autor e incluso vimos la grabación del discurso de García Márquez al recibir el Nobel y leímos los discursos de Gabriela Mistral y Miguel Ángel Asturias. Breve y parca, el discurso de Mistral daba para más. El de Asturias, perfecto, aunque sigo creyendo que pocos discursos superan esa obra de arte que es La soledad de América Latina.
Si alguien tiene tiempo para leer un libro breve o varios capítulos por semana, disposición para conectarse los domingos a las 20 horas Argentina vía Zoom, Meet o WhatsApp; para compartir lo que piensa respetando la opinión de los otros y ganas de acompañarnos, pueden escribir al Gmail de abajo.

Monzantg, 1967. Maracaibo, Venezuela. Escribo híbridos entre el ensayo, la crónica y el relato. He sido corrector y editor de todo tipo de textos narrativos, periodísticos, académicos y técnicos. Publiqué Las trampas de la historiografía adeca y La conversión de K (ensayo), y La fórmula de la locura (poesía); soy editor de Wikipedia, fui editor de la revista País Portátil y en diferentes universidades he dado clases de Geopolítica, Antropología, Sociología e Historia. Lector de todos los días, cinéfilo y seriófilo de ocasión, formo parte de El Club de La Mancha, un espacio virtual para compartir libros y cine. Actualmente resido en Buenos Aires, desde donde dicto el curso de escritura (On Line) «Escribir es Corregirse», con el cual acompaño autoras y autores desde la página en blanco hasta la imprenta o Amazon.
Revista Muu+ Octubre 2020