Gabriela Luzzi

La novela

Mientras almorzábamos cada una en su escritorio, Adelina, que era de todas las empleadas la mayor, dijo que la noche siguiente la iba a tener que pasar en un hotel para poder ver la novela. Y que el hotel le costaba trescientos cuarenta pesos, pero que en realidad no era seguro que tuvieran el canal donde la daban.

Como al pasar le ofrecí que viniera a casa.

¿Qué locura es esa de pagar tanto dinero para poder ver el capítulo de la novela?

No le podía asegurar que tuviera el canal que ella necesitaba, pero era lo mismo que pasaba con el hotel y yo no iba a cobrarle.

Adelina me dijo que no, que de ninguna manera, no quería molestarme. Además, una de sus amigas ya le había ofrecido la casa, y tenía el canal de la novela, el problema era que la amiga no iba a estar y ella no quería comprometerla.

Incluso, dijo después, si querés te pago lo del hotel.

No, Adelina, ¿cómo me vas a pagar lo del hotel?

Virginia, desde el escritorio de enfrente, apartándose un poco de la computadora, dijo:

Adelina, si no tenés adonde ir, podés pasar la noche en mi casa, tiramos un colchón en el piso como la otra vez.

No chicas, no se preocupen, dijo Adelina.

Virginia no volvió a prestarle atención, siguió con su almuerzo y se puso los auriculares.

Intenté dejar la conversación ahí. Le habíamos ofrecido dos veces seguidas que fuera a alguna casa, y según mis cálculos, las dos veces había terminado diciendo que no.

Al rato atendió su celular: No, dijo, lo dejamos para otro día porque mañana me voy a tener que ir a un hotel… Sí. Pelusa me ofreció su casa pero yo no quiero porque no va a estar, y después, si falta algo, o rompo algo…

Cuando cortó le dije, bueno Adelina, ya sabés, si necesitás venir a casa, no vayas a ser tan tonta de no venir.

¿Qué hacía yo insistiendo? Además, tal vez no tuviera el canal que ella buscaba. ¿Por qué la iba a privar de pasar una noche en un hotel, donde iba a estar mucho más cómoda que conmigo?

Adelina tenía el sueldo para ella sola, trescientos cuarenta pesos después de todo, no eran nada.

A la tarde, la acompañé a tomar el colectivo, llevándola del brazo, para que se fuera a su casa. En el camino, antes de dejarla en la parada, me dijo:

Vos, no te imaginás lo que hice, hoy cuando venía crucé a una ciega del brazo por Avenida Córdoba.

Pero qué ocurrencia, Adelina.

Y me dio las gracias, la ciega, y me dijo que suerte que tiene de tener vista. Pero usted qué se cree, le contesté. Yo también soy discapacitada visual, pero como usted estaba pidiendo que la ayudaran quise demostrarle que uno también puede ayudar.

Cada tanto, Adelina me contaba episodios donde discutía con personas en la calle, o las agredía, y sacaba a relucir que ella era discapacitada. Eso sí, agregaba, si alguien me ofrece ayuda, nunca le digo que no, porque otro ciego lo puede necesitar más que yo, y si me niego van a pensar que los ciegos no necesitan.

Cada vez que entrábamos en estos temas yo me quedaba callada, sin saber qué contestar, era como si ella tuviera derecho a insultar a los demás.

En ese momento le dije:

Mañana te venís conmigo, ¿eh?

Cuando llegó el 37, sin respetar el orden de la fila, Adelina se afirmó en la baranda y trepó por la escalera con la credencial en la mano.

Al otro día, llegué a la oficina y la encontré vestida con ropa de algodón, como de entrecasa, sentada en su escritorio, y con una bolsa con toallas cerca de la silla. Hablaba por teléfono: no, ya me invitaron, voy a ver la novela con una compañera.

Cuando terminó nuestro horario de trabajo, salimos juntas y fuimos en subte hasta mi casa. Tendimos las camas. Buscamos en la tele si estaba el canal que ella necesitaba. Tomamos mate y te.

La novela empezaba a las 10 y como faltaban cinco horas y no teníamos tema de conversación, le dije que fuéramos a tomar un café. Caminamos del brazo unas seis cuadras, hasta una zona llena de bares, elegimos una mesa en la vereda. Pedí un café helado que tuve que tomar despacio, me congelaba el nervio óptico y me hacía ver las estrellas. Ella además de su café comió dos galletas cubiertas de chocolate. Para alegrarla le dije que hoy me iba a tener que contar algunas cosas de la novela mientras la viéramos, porque yo no sabía nada.

Cuando volvíamos, de noche, nos paró un borracho, en la puerta, antes de entrar:

Discúlpeme señora el atrevimiento, me dijo, pero que hermosa es su hija.

Habló mirándome a los ojos, con una mano abierta en el pecho, estaba sucio pero era elegante.

Adelina no pudo escucharlo con la misma claridad que yo, y por eso, me di cuenta de que no había llegado a interpretar lo que pasaba. Por la cantidad de autos que habían estado pasando, hasta era posible que no hubiera escuchado nada.

Adelina, ¿no viste lo que dijo ese hombre?

¿Qué dijo?

Me felicitó por lo hermosa que es mi hija, pero lo dijo por vos.

¿Por mí?

Si, por vos.

Movió la cabeza, confundida, buscando algo en el aire, tal vez un perfume, un timbre de voz, o una señal térmica, el hombre ya se había alejado, y ella no me creyó.

En casa, pedimos una pizza y la comimos viendo la novela. Las actrices eran parecidas entre sí y todas estaban maquilladas de la misma manera. Supuse que ella las reconocería por la forma de hablar, aunque los comienzos de las escenas eran, en general, silenciosos.

A continuación, y como si hubiera estado leyendo lo que yo pensaba, me explicó que los personajes femeninos no eran lo importante.

Lo que espero, dijo, es que aparezca un tipo.

¿Qué tipo?, le pregunté.

Uno que si llega a venir a la Argentina, sería peligroso que anduviera por la calle, me contestó.

Con ese capítulo me alcanzó para comentar, con ella, detalles de la trama y de los personajes, durante toda la semana.

***

Gabriela Luzzi nació en Rawson, provincia de Chubut, en 1974. Lleva adelante el sello Paisanita Editora. Trabaja junto al colectivo de editoriales que forman “La Coop”. Publicó Garfunkel, una novelita, por Eloisa Cartonera (2014) y Liebre, Ediciones Vox (2015). También La enfermedad, de descarga gratuita dentro de la colección Leer es Futuro del Ministerio de Cultura de la Nación (2015). Administra el blog Los escritos vuelan.

Revista Muu+ Marzo 2016

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