Por: Hilda Cepeda
La Candelaria, casi el centro de Caracas, es una zona llena de barcitos y de “chinos” (restaurantes), donde nadie va a probar la gastronomía sino a tomarse unas birras. Allí conocí a un tipo alto, delgado, medio punketo, con chaqueta de cuero y con toda la pinta del más rudo, sólo que cinco minutos después de hablar con él, Torkins, entendí que era un hombre profundamente sensible.
A ese desgarbado lo conoce toda Caracas, desde sus vecinas, las viejitas de su barrio La Candelaria, hasta los monstruos de la noche caraqueña. Torkins Delgado es artista plástico, actor, poeta, melómano y productor.
Es egresado de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, estudió en Sao Paulo Antropología y producción en la Universidad Libre de Música.
Con 35 años de experiencia en las artes, de esos por lo menos 27 los ha dedicado a su trabajo como Dj. Pero no es cualquier pinchadiscos, tiene todo la experiencia y la compasión de creador para ser hoy día uno de los Dj más representativos de la movida caraqueña, además cuenta con una muy envidiable colección de vinyl.
Torkins considera que tiene una “relación ecléctica con la música”. Sus mezclas pretenden recurrir a la memoria afectiva, a la sorpresa.
“A mí me gusta tanto la buena música que obligo a la gente a escucharla, y eso me hace sentir, no una íntima, sino una externa, brutal y epidérmica satisfacción”.
Es un artista con una percepción muy aguda de todo lo que lo rodea, nada le pasa desapercibido, por eso es crítico e inflexible, saca lo mejor de sus antecedentes punk a la hora de cuestionar, entre otras cosas el deterioro social y político de su país, lo hace saber, hoy, a través de sus redes sociales.
Inició un ciclo de encuentros llamado Diálogos de vinyl, su espacio, su momento para hablar de todo lo que envuelve la construcción de la música, allí se reúne con los que saben tanto como él de acordes, de producción, de la industria discográfica.
Torkins tiene claro que para ser disc-jockey y mantenerse durante tantos años, además de gustarte la música, tiene que ser un verdadero melómano, y después de eso no basta con mezclar, sino saberlo hacer según el público y el momento, es un acto performático.
En una de las tantas entrevistas que le han hecho le preguntaron sobre los ritmos cómo el reggaetón, de eso tenemos que rescatar su reflexión sobre la música popular.
“Que unos productores de una radio o de unos sellos disqueros decidan masificar a unos carajos y vendértelos; ponértelos en el desayuno, en el almuerzo y en la cena; eso no es popular: eso es masivo, es producto del marketing. Pero también se puede ser masivo y popular, que nadie se engañe. Los Beatles fueron populares y de masa. Hicieron música que no fue sólo para vender, agarraron el alma de un momento histórico y la estrujaron. Había una poesía y una sonoridad que estaba en comunión con su generación y las generaciones, que cualquier persona en cualquier época lo iba a entender”.
Torkins dice que la canción que lo pone feliz es Great balls of fire, de Jerry Lee Lewis, que cualquier versión de Autum leaves, lo puede hacer llorar, que el mayor artista de su vida es Elvis Presley y que la música siempre lo ha salvado “de morir de aburrimiento y sufrimiento. La música salva, sana y cura. Salva de todo. Está hecha para sanar, enfermedades del alma y físicas”.
La pasión por lo que hace, lo hizo recorrer muchos lugares, estuvo en el escenario, bajo la dirección del maestro Zé Celso, trabajo con Caetano Veloso, tuvo la fortuna de compartir con Milton Nascimento, y con muchos talentos coterráneos.
No se queda callado, porque no añora lo que ya pasó, sino lo que no quedó, por eso siempre tiene algo que decir, con la pintura, la música y la poesía. Más de uno lo recordará por el Ateneo de Caracas, con su cresta y con su enorme talento para hacer tangible lo que sueña.
Esta Ciudad
Un poema de Torkins
A mi Hermano y Maestro Guillermo Abdala
Puedo decirte lo que quieras saber sobre esta ciudad
Describirte el tránsito de la luz durante el día
Detallarla hasta hacerte sentir sus arrugas, pliegues y dobleces
Deslindar sus calles, callejones, pasajes y avenidas
hacerte una antología sobre todo lo que de ella fue dicho
Enumerarte las cuadras que hay de aquí hasta la esquina de Piñango
Contarte sobre el club hause de Gradillas
El escaparate del Pacifico, el pasaje Zinng, el Gran Café
Conozco en esta ciudad las ventanas que derraman aguardiente
Las paredes que exudan orine como estigmas
los expendios clandestinos de salud
y los semáforos efectivos para expirar
le sé los ventorrillos, cantinas, tascas y barzuchos
he lapidado con mi codo mostradores, barras y anaqueles
la he caminado, dormido, meado, vomitado y
confieso, también la he cagado
Puedo discriminar con estadísticas en mano
el óbito del parque automotor
cuantos restaurantes chinos por kilómetro cuadrado
y proporción de mierda por litro cúbico de río
Hablarte de sus fallas: las orográficas y las urbanísticas
Narrarte sobre todos los verdes visibles por hora
Exponerte mi teoría sobre los efectos nocivos del smog en el neón
Y mostrarte la calzada donde algún día he de morir.
Pero no me preguntes sobre sus habitantes
No les sé las historias ni los nombres
No los conozco
Nunca los he visto.

Hilda Beatriz Cepeda. Nació en Caracas. Estudió artes plásticas, mención escultura, danza, teatro y periodismo. Ejerció el periodismo en diversos medios e instituciones culturales. Es maestrante de Comunicación y Creación Cultural, en la Fundación Walter Benjamin, Buenos Aires.
http://promocionesmusicalesurbanas.music.blog/2021/07/03/promocion-musical/
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