Néstor Mendoza

Dípticos

contemplación

I
Narciso

Desconozco mi perfección, la ignoro: solo algunas noches, en siestas entrecortadas, acaricio repetidamente la piel de mis manos y mi cara, en un vano intento de comprender la fascinación de los otros. Ellos me ven y desean tocarme como si tocaran la sábana nupcial de los dioses. Este es mi cuerpo, pretendido cuerpo que vaga entre estos campos y no logra impedir que muchos ojos se posen y traten de adueñarse de él. ¿Por qué tantos me observan? ¿Saben que no soy hombre sino un retrato de carne? Ha llegado la contemplación y el engaño de la fuente. Lo que busco no existe. Amo una ansiedad sin cuerpo, una nariz líquida, empozada, cabellos que se pierden con cada manotazo que doy. Lo que deseo está en mí.

II
Eco

Cuerpo todavía soy, no voz. Lo que mi boca pronuncia se instala en los oídos de quienes me escuchan. Una acción mía me quitará este privilegio —el castigo es rutina entre los dioses—; de pronto, mi lengua pierde la fluidez del arroyo; llega la antorcha que interrumpe el discurso, se va mi canto diario de palabras. Ahora poseo la intermitencia de los finales pronunciados. Lo veo en el bosque, a Él, a la bella criatura que no puede verse a sí misma, que no conoce la elegancia de sus perfiles. Cumplo mi tarea fija de observación: desde este lado tapado del árbol sigo sus pasos. El amor se va abultando con el ojo; se infla, hinchado se eleva. Mis sonidos quieren entrar como carne y como besos. Mis ruidos aspiran a ser matriz tibia, dispuesta, para Narciso. Se avecina el rechazo, lo sé, el ocultamiento y mi inevitable transformación. El aire no me consuela y su fuerza me desliza por vías y montañas. Estoy en todos lados. Mi cuerpo adelgaza —se ha perdido ya— y gobierna el sonido. En el aire, los jugos del cuerpo, todos se pierden.


FRATRICIDIO

I
Polinices

Sangre del mismo padre compartimos, hermano. Un mismo semen y una misma guerra inservible. Uno de los dos caerá a la vista del otro: no perdonaré la falta que hiciste a tu reino. Salí de casa armado, preparado, mis piernas tiemblan pero mi espada no. Su filo solo quiere llegar a tu corazón. Te mataré, hermano. Tu muerte como esa pradera recorrida en juegos de infancia. Este día iba a llegar. Con guerra o sin guerra, con argumentos o sin ellos. ¿Debería ser así? Me supongo que este es el destino escrito en los cuadernos de los dioses: vernos aquí, uno frente al otro, dispuestos a matarnos para satisfacer los caprichos del Supremo. He venido con mi pistola, la pulo y le saco brillo. Y pensar que fue un regalo de nuestro padre. Nos mataremos con las mismas armas heredadas. Quién lo diría, Etéotes, quién lo diría, coño. Pues aquí me tienes, hermano, aquí me tienes. Salí con el favor y la bendición de mi mujer, tu cuñada; y el de mis hijos, tus sobrinos. ¿Eso qué importa ahora? Hoy la armadura me pesa más de lo habitual. Quizá se resista a ser cómplice de tu deceso. No importa, el metal es inocente. Yo no.

II
Etéocles

Polinices, ¿sabes por qué ataco estas murallas? ¿Sabes que chupamos los mismos senos maternales, que corrimos tras las mismas cabras, que deseamos tantas veces a Fresia por aquel orificio que abrimos en la pared? Un año separa tu nacimiento del mío, pero eso no es suficiente para el perdón entre hermanos. La guerra es así, la muerte como suma de cuerpos apilados, no reclamados, o llorados tardíamente. Ven, hermano; debo cumplir, acatar: que mi espada entre y que solo quede en mis manos la empuñadura y mis dedos fuertemente sujetados a ella. ¿Ves? Seremos, al fin, dos bailarines, varones, hermosos, rodeados por tanta música de metales y cascos. Antígona nos llorará sin distinciones.


RAPTO

I
Paris

Sé que traiciono, pero es la única forma de posesión que conozco. Convenceré a la reina de que abandone sus dominios y deje el lecho del amante no deseado. Esa belleza se desperdicia. Hemos bebido y comido en exceso, demasiadas atenciones no impedirán el rapto. Su cuerpo que elevo y se ajusta, que no escapa y no pretende escapar. Ese cuerpo sin seda, ya arrebatada; sin peinado, ya deshecho. De un reino a otro la llevo. Los remeros no saben que debajo de la cubierta viene la causa de nuestras desapariciones.

II
Helena

No tuve la culpa de que la muerte se justificara con mi belleza. El ladrón desafió al monarca. Con él iré a la siguiente tierra. De qué sirve lo hermoso en estas comarcas de destrucción. Si un templo pierde sus columnas y su fe, ¿todavía será capaz de sostenerse? Me abrazas y con ese gesto comparas mi pecho con los cerros de tu pueblo y mi vestido con la bandera de tu pueblo. Me recuesto y tu aliento mueve ligeramente los vellos de mi cara. Pelusas blancas, hilos que nadie ve: solo tú que duermes tan cerca, sin armadura.


ZOOFILIA

I
Zeus

Miradme todos los que habitan debajo de mis transformaciones.

Lo retuve con la zona más firme del águila. El amor ha dibujado una bisagra entre el joven y yo. El ascenso ocurre lentamente, no hay apuros para la separación. Nuestros cuerpos están apretados entre las nubes. Me guía su perfecto trazo de muslos y cuádriceps, su bien marcado paso entre mortales. Mi deseo es típico de esta época de dioses y sometidos. Podrían derribarme, con flechas o piedras lanzadas al viento; convertido en animal soy un pedazo débil, tan humano, el empeño de seducir.

Los pastores troyanos caminan con el mismo ritmo que sus ovejas. Hasta ellos irán mis mutaciones.

II
Ganímedes

Las garras en mis hombros. Su pico en mi cabeza. La ascensión con alas prestadas, postizas, en las plumas del dios-águila. Se puede ver una ligera lucha o resistencia: una rebelión. Me ha elegido. Eligió mi juventud resumida en brazos y piernas fuertes, agrandados en los molinos y los juegos de lanzamiento de discos. Sus espuelas se hunden en las costillas pero no lastiman. El dolor no existe. Soy su capricho, el sustituto que servirá y llenará copa tras copa. No sé diferenciar entre ser su amante o su esclavo: quizá ambas condiciones sean oficios frecuentes en el hogar de los inmortales.

Este dios prefiere amar envuelto en plumas de cisne o de águila, con pico alargado y con patas de pájaro. De esa forma penetra, de esa manera traiciona.


Néstor Mendoza (Mariara, Venezuela, 1985). Estudió la carrera de Educación en la Universidad de Carabobo, en Valencia, y cursó estudios de Literatura Latinoamericana en el Instituto Pedagógico de Maracay. Poemas suyos han aparecido en distintos medios de Latinoamérica y España. Ha publicado los poemarios Ombligo para esta noche (2007); Andamios (2012), merecedor del IV Premio Nacional Universitario de Literatura 2011; Pasajero (2015); Ojiva (2019), libro que cuenta con una edición alemana: Sprengkopf (Hochroth Heidelberg, 2019), con traducción de Michael Ebmeyer, y Dípticos (Editorial Seshat, Bogotá, 2020). Algunos de sus poemas también han sido traducidos al italiano, inglés y francés. Forma parte de la antología Nubes. Poesía hispanoamericana, publicada en 2019 por la editorial Pre-Textos de España.
Foto: José Antonio Rosales.

Revista Muu+
Mayo 2020

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