Sebastián Pandolfelli

Jeroglíficos

Una manchita.

A veces se quedaba quieta.

Era un signo, un puntito negro expectante. Como el cursor del Word titilando en el documento recién abierto. Cada tanto una arremetida hacia la derecha dibujando un párrafo extenso. Pero otras veces volvía sobre los pasos dados, para imprimir a su incomprensible escritura, un aspecto de jeroglífico.

Una hormiga en la ventana. El cursor en el documento de Windows. Una manchita negra.

En el fondo: la luz. Y las escrituras que avanzan.

El viento hace que el polvo y el salitre se vayan adhiriendo, cuando el sol seca el rocío de la mañana. No es mucho, es una capa finísima que apenas logra opacar la transparencia. Pero ante el tratamiento climático, el vidrio queda preparado como una tela en blanco sobre el caballete en el atelier, a la espera de la primera pincelada.

Y ahí iba la hormiga. En un lento avance. Cuesta arriba, cuesta abajo.

A veces se quedaba quieta.

Desperté tranquilo, liviano. Siesta de una tarde calurosa en una ciudad costera. Miré por la ventana: de un lado yo que empezaba a dejar atrás el sueño como un naufragio. Del otro lado el mar, imponente, azul. En el medio el ventanal, el vidrio, la finísima capa de polvo y la hormiga yendo y viniendo en su labor de escritura.

Me pregunté qué estaría contando y miré de cerca. Párrafos ilegibles. Mientras, el universo se reescribe porque siempre se está reescribiendo. Se manifiesta en el trazo de una gaviota que surca el cielo, en la caprichosa distribución de los arbustos de acacias sobre los médanos, en las ramas que se elevan, en los surcos de la madera, en los fractales de las nervaduras de las hojas, en cada granito de arena.

Todo eso cayó como un rayo. Un segundo luminoso que llenó mi cabeza de imágenes, seguidas del estruendo imparable de los pensamientos. Esa voz interior que dicta.

Recordé a mi viejo maestro una de las tantas veces que fui a visitarlo. Estaba sentado, con la mirada puesta en un extraño más allá. Observaba con detenimiento la fórmica de la mesa, una burda imitación del mármol. De repente golpeó la superficie con sus nudillos. Me miró serio y me dijo que quizá en las milenarias vetas del mármol se encuentra escrita la historia del universo. Quizá ahí estaban todas las respuestas, pero nunca vamos a lograr entender.

Y así como a las palabras se las lleva el viento, una brisa cálida empezó a soplar, mientras el sol todavía alto, se untaba sobre la playa. Las acacias en un lento ir y venir, bailotearon su coreografía ensayada desde hace años.

Y la hormiga, manchita negra, se fue arrastrada por la ventisca, dejando inconclusa en la ventana una historia que ya no voy a descifrar.

***

Sebastián Pandolfelli. 1977. Músico, compositor y escritor. Publicó cuentos en varias antologías y los libros “Rocanrol” (Funesiana 2008 y 2010), “Choripán Social” (Wu Wei 2012 y 2015), “Unidad Básica” (Eloísa 2014), “Esquina de Diamante” (Peces de ciudad 2017) y «Diamante» (Galerna 2017). Colaboró con diversos medios gráficos como Tiempo Argentino, Izquierda Diario y Clarín. Ganó la Beca para la creación del FNA en 2017. Coordina talleres de escritura para jóvenes y adultos.

Revista Muu+
Marzo 2019

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