Macbeth, el estrés postraumático detrás de las brujas

Monzantg

Me ha pasado algunas veces.

Espero durante meses una película y termina no siendo lo mejor.

Así esperé el Macbeth de Fassbender. El énfasis en el estrés postraumático que Macbeth padece después de la guerra del rey de Escocia contra el rey de Noruega, en el siglo XI, realmente es un buen argumento central, al igual que las caracterizaciones. Pero nada más. Para mi sorpresa, Marion Cotillard no deslució, aunque tampoco aporta ni, menos aún, sostiene la película.

De mi parte, se trata de una actriz aceptable que, sin embargo, con actuaciones desabridas, me ha dañado al menos dos películas importantes de Christopher Nolan: Batman e Inception, de lo cual, tampoco tengo duda, el responsable es el propio Nolan.

Y aunque Fassbender está en su centro, de la cuarta adaptación al cine de Macbeth lo realmente grandioso sigue siendo ver a Shakespeare en la gran pantalla. Y esta afirmación no es solo una redundancia, es una respuesta a la irreverencia feliz de dos tertulieros del café del sábado por la mañana que dicen encontrar, en el Shakespeare de la corte londinense de principio del siglo XVII, el equivalente de la Revista Hola.

Es oportuna esta adaptación de Macbeth para hacer un comentario sobre el nombre de esta columna. Dimos el nombre de «Cineratura» a una propuesta de Ludovico, un profesor de la facultad, que consistía en leer un libro y ver su adaptación al cine para discutirlos. Las dos cosas el mismo día con un grupo de entusiastas. Y que, según hemos observado, es del agrado de una nueva generación de lectores y cinéfilos.

Y esto es justamente lo que hemos hecho con Macbeth.

Antes de que llegara la nueva adaptación, a cargo de un primerizo Justin Kurzel, leímos la tragedia originalmente publicada en 1605 y vimos las tres adaptaciones anteriores.

La rústica y áspera de Orson Welles, de final de los años cuarenta; la muy libre adaptación de Kurosawa, de final de los cincuenta, y la de Roman Polansky a principio de los años setenta. Tres adaptaciones en veintitrés años, y casi cincuenta años después, la cuarta.

El hecho de que las cuatro sean tan libres, habla de lo adaptable que es Shakespeare. Sobre todo porque, como es sabido, Shakespeare no describe físicamente su personaje. Eso hace que de un Orson Welles, sin problema de ningún tipo luego Macbeth sea interpretado por Toshirō Mifune, Jon Finch y Michael Fassbender.

Pero tanto en la tragedia como en las películas, hay que destacar el papel fundamental de Lady Macbeth. Y si bien la Cotillard hizo la tarea, también es cierto que ni ella ni el director logran la fuerza de uno de los personajes femeninos más interesantes –y malos– de la literatura. Un personaje que, por demás, tiene una avasallante presencia en la primera mitad para de inmediato desdibujarse a más no poder. Tanto o más que el culposo Macbeth. Dos ambiciosos que, en definitiva, en un golpe de adrenalina se convierten en asesinos de sus propios huéspedes, pero que apenas se calman las furias no están en condiciones de negociar culpas.

El otro personaje femenino de primer nivel es el de las hermanas fatales. Con una niña incorporada en la adaptación de Kurzel, lo fantasmal está bien trabajado en las cuatro versiones.

Lo que no podemos dejar de señalar con respecto al personaje femenino es cómo el gran Shakespeare deja, sin embargo, el trabajo sucio a la mujer.

Macbeth

***

Monzantg (Maracaibo, Venezuela) es historiador y profesor universitario. Edita País Portátil  y colabora en los365días

Revista Muu+
Marzo 2016

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