Nymphomaniac

Radamés Larrazábal.

Para mí, el amor era sólo lujuria con celos añadidos;
todo lo demás era un disparate total.
Por cada cien delitos cometidos en nombre del amor,
sólo uno se comete en nombre del sexo
Joe

Apreciar a Lars Von Trier implica leerlo siempre dentro de su contexto discursivo. No es algo obligante para todo realizador, mas sí para aquellos fieles a una corriente artística, o, más aún, a Von Trier, fundador del movimiento Dogma 95.

Más allá de los estereotipos repujados a ciertos creadores, como la misoginia de Von Trier o el fetichismo de Tarantino, hay hitos identificables en todos los trabajos que demarcan los parámetros para entender, apreciar y disfrutar sus producciones. Difícilmente podría hacerse una lectura asertiva de NYMPHOMANIAC (2013) esquivando las dos películas que conforman esta saga depresiva, como son Anticristo (2009) y Melancholia (2011).

La culpa a la mujer como hilo discursivo alcanza su parte más gruesa en esta última producción que, cierto, exhibe un guión débil solapado detrás de su riqueza visual, igual que con el juego tan realista del sonido que hace imposible no regresar a su Anticristo. Una vez más es, por mucho, lo que captura al espectador.

Particularmente considero injusto desmeritar NYMPHOMANIAC en relación con lo realizado por el director. Menos aún aduciendo —como lo han hecho— que no es más morbosa que sus predecesoras o que se esperaba más. Creo que la película da lo que tiene que dar y lo hace de forma ejemplar, así como que el disgusto lo generó una campaña de expectativa sobredimensionada. Y vuelvo. Dentro del contexto discursivo del director, pienso que sí se supera. Que, definitivo, llega más profundo en su exploración personal, cala más hondo, merma en su fe. Marca inequívoca del monstruo danés.

Las actuaciones de Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe, una vez más, derrumban cualquier «pero», y no menos hace el veterano Stellan Skarsgård. El reparto es, en realidad, rebuscado e incoherente, pero también se trata de eso. Christian Slater y Uma Thurman hacen lo suyo sin mayor gloria, e incluso Shia LaBeouf, a quien todavía no consideraba actor, por primera no sobreactuó y ya es bastante.

El tema de los genitales ficticios o recreados digitalmente —mismo llamado que hicieran algunos críticos a La vida de Adèle (Kechiche, 2013)— lo veo tan banal como impertinente, salvo que se quiera apreciar estos filmes como pornográficos, en cuyo caso ya no valdría seguir leyendo esa crítica, a propósito de lo cual me pasma leer trabajos que aún les clasifican así. Es inconcebible perder de vista la diferencia entre lo erótico, lo real y lo pornográfico. Es como no distinguir lo sensual de lo sexual.

Sexo explícito per se no es pornografía. La diferencia la da el eje argumental del filme. De la misma forma, hay que decirlo, NYMPHOMANIAC es una película degradante. Sí. Muestra los más oscuros rincones de la condición humana, pero es condición humana también, y también tiene mérito exponerla. Eso no puede ser juzgado, es ahí donde cobra protagonismo el espectador. El cine es de quien lo necesite y para lo que lo necesite. Como no hay películas buenas o malas, sólo las hay para todos los públicos. La película se explica por sí sola. Fiel, por cierto, al discurso de Von Trier.

La elección musical para la banda sonora realmente no acompaña al filme, pero igual no debería —otra vez, también de esto se trata— lo que lo hace más perturbador, y el aviso antes de los créditos finales explica o, mejor, provoca tanto como la cita inicial atribuida a Joe: «Ninguno de los actores profesionales tuvo relaciones sexuales con penetración y todas esas escenas fueron realizada por el cuerpo de dobles.» En NYMPHOMANIAC esto, como todo [lo de Von Trier], hay que verlo.

La película se divide en dos volúmenes y ocho capítulos con un total de 260 minutos que, en ningún momento, dan tregua. El Volumen I lo deja a uno exhausto de crispación y en ese momento es válido pensar que se ha visto todo, y que estamos ante la versión femenina de Shame (McQueen, 2011). Pero no, de inmediato se advierte que no es lo mismo. Que Fassbender no llega ni cerca al carácter de Gainsbourg y que, si bien la película se torna progresivamente sombría, es el Volumen II en donde realmente toca fondo y deja al margen cualquier filme afín antes visto.

Radamés Larrazábal. Maracaibo. Periodista por la Universidad Fermín Toro (Barquisimeto); semiólogo por la Universidad del Zulia (LUZ). Investigador, profesor por la Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA), poeta y organizador de Covecos.

Revista Muu+
Junio 2014

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