El olor chamuscado de la piel sólo contempla el roce excesivo a que fue expuesto. La carne es un organismo de poder, revolotea sobre mí la idea de la posesión, de controlar el multicelular plasmático cuerpo.
Abrir la boca e introducir un pedazo de carne, cerrar la boca y magullar rencores, solcitos mal pintados, como si de sus ojos se desprendiese un titileo de luciérnagas enceguecidas.
El camión carga consigo el sonajero inerte de huesos, un cascabel de osamentas emite un sonido sordo.
Cerré la ventana y la noche estaba cayendo con un azul pétreo lapislázuli. Empecé a temblar, se reflejaron en mí todas las angustias, los miedos formaron manchas espantosas.
Un olor a metal no se me quitaba del recelo, como jadeante respiración, ellas estaban ahí, fijas, esperando el mordisco, la adulterante manipulación del estado.
No más baños de leche tibia adormecerán las siestas, no podrás contemplar tus acciones, te verás envuelto en una vorágine de acumulativo destajo.
NO MUERDAS: le dijo la madre,
¡basta de morder!
Pero ante todo. La carne.
La boca se siente estoica con el roce de la carne
arde en remolinos,
babea,
chorrea,
escupe jugos despedidos
de los costados de la lengua,
como mangueras de sal quemantes se prenden.
Y no hay motivo para separarse.
No hay razón más fuerte que la del gusto de la carne.

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Foto: Adrian Salgueiro
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Revista Muu+ Diciembre 2010