Todos estos años

Adriana Morán Sarmiento

El día que mi tía murió, la pandemia alcanzó 1652 muertes en las principales ciudades de Europa. Pero ella no estaba en Europa, la muerte le quitó el último suspiro acostada en su cama, dentro del rancho que compartió con su esposo los últimos 52 años. Suponemos que sentía dolor, el cáncer había invadido suficiente para no perdonar una noche de paz. La paz llega después, dicen.

Cuando papá murió, mis hermanos recibieron señales o mensajes días después. Hablaban de paz, de alegrías o serenidad. Yo no recibía nada. Días después, nada. Luego de dos o tres meses soñé con él. Se bajaba del colectivo 129, el que va a La Plata, con una bolsa de pan en sus brazos y su hermosa sonrisa. Amanecí feliz y complacida por su mensaje, aunque confieso que lamenté no haber dormido sola esa noche. Como si los sueños pudieran compartirse como la almohada.

En 1991 cuando tuve que mudarme de casa para vivir más cerca de la universidad, le regalé a mi tía un juego de collar y zarcillos con incrustaciones de piedras imitación de diamantes blancos y turquesas. Días después de fallecida, sus nietos comenzaron a ordenar sus cosas. Lo que heredarían unos, lo que se quedarían los otros, ropa para regalar, fotos de su boda desgastadas por los años, la cadenita de oro con el Cristo que fue otro regalo, las cartas no leídas. Dentro de una caja olvidada, había otras cajas olvidadas donde apareció el juego de collar y zarcillos, oxidados, con sus falsos diamantes cuadrados.

Me cuentan que cuando mi prima la mayor se graduó de bachiller, quiso ponerse los diamantes. Mi tía le advirtió «con cuidado, porque me los regaló Adrianita». Y con cuidado los guardó treinta años en esas cajas olvidadas que iban a la basura.  Pero mi prima la menor tuvo su señal. Escuchó una voz que le dijo que revisara las cajas. Y ahí estaban el collar y los zarcillos. Treinta años de recuerdos. Treinta años de amor en unas piedras turquesas y blancas.

El día que mi tía murió la pandemia había paralizado el país, naciones enteras en todo el mundo. No hubo ambulancia, forense ni condolencias hasta el otro día por la mañana. Su cuerpo permaneció más de 24 horas en la cama. Frío y despintado. Esa noche de desconsuelo, mi tío durmió con el cuerpo inerte. Besaba su rostro mientras lloraba. Mi prima la mayor hizo una intervención para alertar a su papá de lo insalubre que era la situación. Puedes enfermarte, le dijo. Mi tío, con la serenidad que siempre lo caracterizó, le respondió que lo entendía, que no estaba loco, pero que nadie lo entendía a él. “Eran 52 años juntos”.

Ahí recibí mi señal. No fue la cajita con el collar y los zarcillos de piedras turquesas y blancas. Como tampoco fue antes la bolsa de pan. Fue esa confesión de amor, del amor que todo lo toca y lo hace inmortal.

Adriana Morán Sarmiento. Publicó Yo soy el mensaje. Ensayos de gestión cultural (UNICA, 2009); Buenos Aires, la otra ciudad. Una mirada del extranjero en tránsito (Edición independiente, Buenos Aires, 2009) y Crónicas repetidas (Exposición de la actual narrativa rioplatense, 2014).
Dirige La Vaca Mariposa Libros y Revista Muu+ Artes y Letras.

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