El beso del grillo

Adriana Morán Sarmiento

Durante muchos años, septiembre fue nuestro mes preferido. Para un pequeño grupo de la universidad, la feria del libro que organizábamos para la segunda semana del mes era la actividad más importante del año. Pasábamos meses trabajando en el evento, convocando gente, organizando agendas, haciendo la prensa, buscando hoteles, restaurantes y patrocinios para los viáticos. Era todo un reto que, año a año, cumplíamos con satisfacción.

A pesar de nuestro ánimo y nuestras ganas, septiembre era implacable. El cielo gris amenazaba con lluvia, la temperatura asfixiaba y la humedad era tal que, por momentos, nuestros cuerpos desfallecían. Cuando terminaba la jornada, por las noches, recorríamos el largo pasillo pasando revista a las mesas, los libros, los pendones, verificando que todo estuviera en orden. Más arriba de las mesas, pegados a las paredes, los bichos nocturnos bailaban alrededor de las lámparas anunciando el aguacero, y con él, el calor sofocante. Eran grillos marrones, mariposas tristes, taras brujas, insectos que zumbaban con el titilar del neón.

Una noche, salimos de la oficina y atravesamos lentamente el pasillo, repasando el día y pensando en las actividades del próximo. Los dragones en el estómago advertían el retraso de la cena. Seguíamos el pasillo largo, lleno de mesas tapadas con manteles azules y alumbrado por las lámparas incandescentes. De pronto lo vi venir, era grande y marrón, un grillo de la noche. Volaba hacia nosotros a pocos metros de distancia, pero nadie más se percató del pequeño volador sin gracia. Avanzaba directo a mi rostro, cuando estaba cerca traté de esquivarlo, y sin embargo, me llegó.

Sentí un piqueteo en mis labios, una sensación de asco y picazón que me hizo gritar. Mis amigos se reían del atrevimiento del grillo, mientras yo trataba de deshacerme con la mano el efecto del encuentro. Durante el camino a casa no dejé de frotar mi boca para borrar las marcas del desagradable animal. Repetía la imagen y sentía la misma sacudida.

Llegué a mi casa, me di un baño, comí, lavé mi boca, hablé por teléfono, revisé mis correos y vi televisión hasta que me quedé dormida. Seguí soñando con el grillo y de vez en cuando me restregaba la cara para quitármelo de encima. En la madrugada, me desperté conmocionada y con un sobresalto de felicidad, como quien descubre un gran secreto. Me repuse en unos segundos. Triste, pensé: – ¡Que tonta! Ni siquiera me volví a ver si se convirtió en príncipe.

Adriana Morán Sarmiento. Publicó Yo soy el mensaje. Ensayos de gestión cultural (UNICA, 2009); Buenos Aires, la otra ciudad. Una mirada del extranjero en tránsito (Edición independiente, Buenos Aires, 2009) y Crónicas repetidas (Exposición de la actual narrativa rioplatense, 2014).
Dirige La Vaca Mariposa Libros y Revista Muu+ Artes y Letras.

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