Gone Girl

Monzantg

Qué nos hemos hecho el uno al otro
Qué nos vamos a hacer

Gone Girl es una de esas películas que van en creciendo.

Y esta lo hace, además, como en cámara lenta, como parte de la sobriedad y la elegancia del trabajo de David Fincher, y de una tensión que hace que uno siga atento, y quiera más, a pesar de lo larga. Pero el final me resultó tan desinflado que la incluí entre esas buenas películas que de todos modos no vería dos veces.

Hechura de dos dramas familiares, Amy Elliott y Nick Dunn tienen una relación dañosa. Uno de los primeros síntomas lo muestra ella cuando recién conociéndose lo pone a prueba y le da tres opciones, a, b y c, y poco después se queja de Amazing Amy, la hermana que no tuvo pero que, creada por sus padres a partir de ella, le robó buena parte de su vida e identidad, además de sobreexponerla a los medios. Nick, con un padre que no existe, según más tarde le dirá Tanner ‒el abogado carismático y mediático‒ vive al amparo de una madre que murió de cáncer hace dos años, y de Margo, su gemela, a quien le cuenta todo y no lo abandona ni al final, siquiera, a pesar de su decisión de quedarse en casa.

Una historia centrada en el personaje femenino.

La mamá, la hermana y la esposa de Nick; la mamá de la esposa, la periodista del reality ruidoso que lo condena, la periodista vestida de seriedad del reality que lo salva y, por supuesto, Rhonda Boney, la policía que no condena a Nick desde el principio pues lo cree más tonto que culpable, pero que tampoco creerá en la historia de Amy. En algún momento, de algún modo, todas hacen de madre de Nick: lo cuidan, lo acusan, lo guían, lo salvan, lo regañan o le regalan otro perro robot para que complete el par. Y él, bien dispuesto, hace caras y guarda modales. En ausencia de Amy, son Boney y Margo quienes se encargan de él y, al tiempo, le dan consistencia a buena parte de la historia.

La guionista, autora del libro en que se basa la película, tiene la lupa puesta no tanto en la víctima del dragón como en la creadora de caos y de drama; en la liberadora de atavismos que devora la vida de tres hombres que compartieron sexo y existencia con ella, y, hay que decirlo así, tenían que pagar el precio. Eva, Pandora y toda mujer maltratada por mitologías salvíficas, encontrarían reposo en esta venganza ejemplarizante de no ser por el empeño en hacer de Amy un personaje que se desluce en brincos y gestos, en tics y actitudes desmedidas. Creo que merecemos mejores personajes femeninos, antiheroínas que no se desquicien y que, en su afán, conserven lo mejor de una Marquesa de Merteuil.

De cualquier modo, inteligente, hacendosa y exitosa ‒a imagen de la idea de sus padres‒, Amy es la chica de los sueños de cualquier hombre, siempre que ella tenga el control. Nick ‒perezoso, bien educado por su madre, dependiente al extremo de cederle hasta la conciencia a su hermana y, en consecuencia, necesitado de ser controlado‒ es el proyecto perfecto para Amy.

Varias veces, Amy le recuerda lo torpe y descuidado que es, sobre todo cuando en cada aniversario lo humilla con preguntas y acertijos que él no resolverá a menos que ella quiera que así sea, y le deja claro que lo subió a su nivel, aunque reconoce buenos momentos y sabe que Nick hizo surgir en ella cosas que no sabía que existían. Pero Nick desata las furias cuando la hizo perder el control, cuando tomó decisiones sin consultarla y al hacerla convertirse en alguien que ella no quería, después de engañarla. Igual podemos decir que Amy tenía los demonios en su santo lugar, y también en este caso apenas faltaba algo o alguien que los animara, y ese alguien los anima.

A partir de un best seller, Fincher hizo un novelón.

Uno de esos dramones que, con todos sus ingredientes, hablan de una clase media alta y de una clase trabajadora, urbana y rural, cuyas circunstancias y economías se mueven. Matrimonio, infidelidad, pasiones, sañas desbordadas, algunos crímenes y muchos medios. Tanner, el abogado, ese personaje desmedido con el que se pueden decir las peores cosas, las más explícitas, lo deja en palabras: «ustedes son las dos personas más enfermas que he conocido. Y esa es mi especialidad. ¿Amy y tú bajo el mismo techo? Deberías proponer un reality show… Tienes un libro, una película biográfica, franquicias de El Bar. Quizá debas agradecerle… Pero no la hagas enojar».

Fincher me hizo recordar otra película en la que dicen que el público paga la entrada para que le muestren, solo al final, el tiburón de Spielberg o el orangután de Poe. Pero en Gone Girl, antes de la mitad ya nos muestran la bruja. Diría que guionista y director se empeñaron en mostrarnos, también, el día siguiente: lo que pasa después del show, lo que sigue al The End feliz y la bajada del telón. Creo que, en parte, eso dejó quejoso a más de uno.

Una escena me dibuja a ambos personajes: ella le acomoda la sábana a Nick, lo trata bonito, lo reprende un poco, le da las buenas noches, sale y cierra la puerta. (Ya la luz estaba apagada.) No puede uno dejar de pensar en algún cuento de hadas y en un cierto nervio maternal de una mujer que se sabe, justamente, la clase de bruja que no se rinde y que él necesitaba.

Tras el lugar común de la supertinteligente cuadriculada y metódica por desquiciada, en Gone Girl no hay culpa ni sanción, solo unos medios bien dispuestos para un público que consume, triste o feliz, igual da, casi cualquier cosa.

Aunque perdonado por el público, Nick es el único que recibe escarmiento y será cuidadoso antes de querer otra vez el control y de volver a engañar. Apenas se guarda una esperanza para él: frente a la cámara, antes de cerrar el show, deja a Amy y al público como una advertencia, quizá salvífica, quizá un seguro: «somos cómplices…»

También Fincher se hizo su The Truman Show, aunque al final Truman sube unos escalones, ve el sol y sale del escenario, mientras Nick camina el pasillo oscuro.

Monzantg nació en Maracaibo, Venezuela, en 1967. Egresado en Historia y profesor de la Universidad del Zulia, y la Católica Cecilio Acosta, es ensayista. Ha publicado: La conversión de K. La diatriba ideológica del poder (2011), Las trampas de la historiografía adeca (2006) y el poemario La fórmula de la locura, por LA VACA MARIPOSA EDITORA (2011)

Revista Muu+
Febrero 2015

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