«A veces pinto para exorcizarme»
Por: Jesús Martínez
Fue una clarividencia. Estaba ensimismado viajando en autobús por las calles del DF cuando sintió la llamada. Andrés tenía 18 años cuando supo que quería ser artista, pero la emoción por el autodescubrimiento no le duró mucho. Ese mismo año, la escuela de pintura le cerraría las puertas, porque según los que saben de esto, no tenía lo que hay que tener para ser pintor.
«Que no me aceptaran en la escuela fue una de las frustraciones más grandes que he sentido en mi vida, pero después de superar bajón decidí que podía hacerlo yo solo. Nunca tuve un maestro que me indicara ‘es por aquí’, por eso tardé mucho en asumirme como artista, porque no sabía si lo que hacía estaba bien hecho».
Mientras nos narra su historia, Andrés se prepara en su habitación-taller para exponer -por tercera vez- en Berlín y luego, a principio de 2013, en Madrid. Su obra, ha sido admirada ya en Alemania, Bélgica, Francia, España y Estados Unidos.

-¿Qué te animó a pintar?
-Fui un niño retraído y muy tímido. Con ocho años, volvía del colegio y me quedaba sólo en mi habitación y me ponía a pintar. Comencé a hacerlo básicamente por soledad.
-¿Podemos catalogarte como pintor surrealista?
-Me gusta pensar que con mis pinturas hago algo parecido al realismo mágico latinoamericano.
-Pero hay mucho contenido psicológico en tus obras.
-Sí, porque el tema que manejo es el inconsciente, esa búsqueda en el interior que vive cada ser humano.
-¿Y te has encontrado?
-Cada cuadro tiene una búsqueda y un encuentro, es algo fascinante. A través de la pintura he ido creciendo, superando cosas, he ido viendo mi luz, esa luz que todos tenemos. Pero también me he adentrado en mi sombra y he aprendido que puedo vivir con ellas, con lo mejor y lo peor que tengo.
-¿Pintar te ha hecho mejor persona?
-Yo encontré la liberación a través del acto de pintar. No sólo me hace ser quien soy, sino que le da sentido a mi vida.
Para mi pintar es un acto sagrado, una oración, una forma de manifestar a la vida, al cosmos, a lo que sea, lo que soy, lo que pienso y lo que tengo.
Pinto como una forma de canalizar, de limpiarme, de depurarme, de encontrarme, a veces incluso de de exorcizarme. Algunas obras las he pintado conscientemente para exorcizarme, para sacar de mí ciertos estados emocionales.
-Tú viniste al mundo a pintar…
-Es bastante extraño, uno no sabe cómo se mete en esto. Es como una droga y ¡bendita droga! Si tuviera la capacidad de desdoblarme y verme pintando diría ‘este tío tiene problemas, cómo puede estar diez horas pintando sabiendo que no tiene para pagar el alquiler y que quizás ese cuadro no se venda nunca’. Pero la vida es muy corta y jodida y yo vine a hacer esto que estoy haciendo.
-¿Por qué bolsas de agua?
-Uso el agua como un símbolo del inconsciente para tratar de ilustrar el proceso que puede vivir el ser humano en su búsqueda interior. En la mayoría de mis cuadros hay elementos vinculados al agua, no sólo agua en sí misma. En mi obra intento explicar cómo nuestras experiencias anteriores hacen que nuestro inconsciente distorsione la realidad, viéndola como se vería a través de estas bolsas llenas de agua.
-¿Sueñas con las mujeres de tus cuadros?
-No. Cuando pinto lo hago de forma consciente, generalmente.
-¿Y quiénes son ellas?
-El agua es un símbolo emocional femenino, por eso pinto mucho a mujeres, no tiene que ver con el género sino que intento representar la parte más emocional del ser humano.
-¿Qué obra te hubiera gustado pintar a ti?
-El jardín de las delicias, de El Bosco. También el Guernica (Picasso), pero según mi forma de ver el mundo.
-¿Cómo representarías la crisis española?
-Pintaría seres con dientes afilados. Globos inflados por el ego y la soberbia. Tendría que plasmar a los medios de comunicación como distractores de la consciencia civil y toda la miseria del sistema aplastando la esencia humana. Uff, tendría muchos elementos.
-Y a México, ¿cómo lo pintarías?
-Padeciendo un estado shock. Huyendo de su propia sombra.
-¿Por qué no pintas autorretratos?
-Porque ya me veo en lo que pinto. Además, prefiero contemplar la figura femenina.
-¿Crees en algún dios?
-En la naturaleza.
-¿Dónde quieres envejecer?
-En una playa, junto al mar.

El silencio de Don Jesús
En 1998, mientras participaba como dibujante en una excavación arqueológica promocionada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, en la localidad de Plazuela, Guanajuato, Andrés conoció a un grupo de campesinos de una comunidad rural, como perdida en el tiempo. «Personas que a pesar de no tener nada, lo dan todo. Víctimas de las grandes desigualdades de nuestra América Latina».
Uno de esos campesinos era Don Jesús, un anciano recio que contaba casi un siglo y que como todos los que se acercaron a la excavación, buscaba trabajo.
Jesús era sordo, por lo que no se enteró cuando le gritaron que no había trabajo para él. «Sin que se lo pidieran, se puso a recoger a mano limpia las piedras que estaban esparcidas por todo el sitio y a juntar montones. A los que dirigían el proyecto no les quedó más remedio que incluirlo en la nómina», cuenta Andrés. «Viendo estas personas volví a creer en el ser humano y experimenté el dolor por mi tierra».
Andrés inmortalizó a Don Jesús en dos obras: Pescador y El silencio.
-En El silencio, Don Jesús es feliz al no escuchar el llanto de la tierra. No está contaminado por el ruido de la injusticia.
-¿Con este cuadro haces un giño a la obra Grito, de Edvar Munch?
-No. Lo pinté tapándose los oídos para mostrar que era sordo. Fue después de pintarlo que me percaté del parecido.
Revista Muu+
Octubre 2016