Las marimbas del infierno

La tragicomedia del cine guatemalteco

Adriana Morán Sarmiento

“Este es un homenaje a la gente que conozco y que realiza proyectos impensables en un país como el mío”. Con esta frase, Julio Hernández Cordón hace el cierre de Las marimbas del infierno, su segunda película.

Decadencia es la palabra que resume el cine del director guatemalteco. Decadencia social y del espíritu, algo que según Hernández Cordón abunda en el cine de su país, donde son pocas las oportunidades para poder producir debido a la falta de apoyo estatal y privado, y los altos costos en tecnología.

Las marimbas del infierno (2010) es una tragicomedia que cuenta la historia de dos músicos marginales muy especiales, uno atrapado por su pasión por la marimba y su desempleo, el otro, un metalero legendario, médico, ex satanista que se entregó a la religión. La marimba, instrumento nacional en Guatemala y en México, es el objeto preciado por el que se desencadenan los hechos.

Filmada como docuficción, los personajes son reales, aunque no actores profesionales.  Es lo que hace este joven director, tomar pintorescos antihéroes de la calle para demostrar cómo la gente de su país puede tener proyectos originales, más allá de sus limitaciones, no importa si son realizables o no. En su primera película, Gasolina (2008), ya había trabajado el tema de la marginalidad con la historia de una pandilla de ladrones de combustible.

Su tercer largometraje, Hasta el sol tiene manchas (2012), se hizo con un bajo presupuesto, cuatro ayudantes, sin luces y con fondos dibujados. Escaso de recursos, abunda en estética y sinceridad. La historia de Pepe Moco, un muchacho con discapacidad mental que intenta convencer a la gente para votar por un candidato presidencial que promete llevar a Guatemala a su primer mundial de fútbol (un hecho real); y Beto, un chico que interviene las paredes de la ciudad y asalta a pelotazos a quienes se cruzan en su camino; está cargada de subjetividad.

El director guatemalteco hace un guiño al juego, pues ésta es una película lúdica. Filmada en un galpón, explota en tonos amarillos y el uso de máscaras para reforzar las características de los personajes. “Las cintas pobres tienen la riqueza de la libertad creativa”, considera. Su carrera, corta pero prometedora, apuesta al sentido crítico de un cine que está aún en pañales. Aunque nació en Raleigh, un poblado de Carolina del Norte, ha pasado la mayor parte de su vida entre Guatemala, México y Costa Rica.

Haciendo cine casero, hecho que disfruta a pleno, también desarrolla una crítica sobre las frustraciones políticosociales de Guatemala. Es una especie de catarsis que termina en diversos festivales internacionales, por lo menos eso sucedió con sus dos últimos documentales.

Ahora, es el turno de Polvo (2012), un filme más producido sobre un grupo de desaparecidos durante la guerra en Guatemala que ganó el Gran Premio de Cinélatino, 25º Encuentros de Toulouse, una de las muestras más importantes de cine latinoamericano en Europa. Esperemos verla pronto en salas latinoamericanas.

Revista Muu+
Diciembre 2013

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