Radamés Larrazábal.
Dentro de la reciente tendencia de criticar a la burguesía (Hambre. Mongkolsiri, 2023; El menú. Mylod, 2022) ‘El triángulo de la tristeza’ se abre camino en Cannes con tres capítulos de fina acidez política – tal vez por “triángulo”-, desbordantes de ingenio en un guion tan recalcitrante como cómico.
Este filme es como el barco (capitaneado por Woody Harrelson): una vorágine de derivaciones que cabecean las convenciones sociales que mueven al mundo. Choca contra la opulencia, pero también contra la pobreza, contrapone la exuberancia a la precariedad, y subvierte el feminismo hasta llevarlo al utópico matriarcado.
La sobriedad con que el director Ruben Östlund maneja la transformación de las necesidades humanas, -ya lo vimos hacerlo magistralmente en “The square” (2017)- estraga cual torbellino la escala de valores a merced de las circunstancias apuntando al capital humano y a las estructuras del poder.
Un filme casi por completo a cámara fija, con una perfecta puesta en escena, planos extendidos y silencios angustiantes, se luce más que en todas, en la escena inicial en “el ascensor” y en la secuencia de “la cena del capitán”, escenas dignas de todos los premios, simplemente espléndidas.
La película entreteje el asco con el ridículo – como lo hiciera “El hoyo” (Gaztelu-Urrutia. 2019) con el asco y la miseria humana-, solo que ‘El triángulo de la tristeza’ le añade el humorismo; logra un efecto decisivo que mantiene la atención y la tensión durante todo el filme, pese a su largura.
La tertulia política sobre el marxismo y los mecanismos de dominación ideológica se vuelven un chiste patético en medio de una tormenta que saca lo peor y más vergonzoso de todos en un contexto hostil de caos, sordidez y supervivencia.
Las interacciones de sus personajes son hilarantes y todo funciona a la perfección en una escala ascendente de escatología que se explica por sí misma y fotografía los sinsabores del mundo postmoderno de Marx, producto del big bang de la revolución.
Una retórica sobre acentuada quizá moleste a más de uno, debido a lo trillado de sus targets: la sociedad elitista, sus hipocresías y conflictos sociales, tanto de clase como de género; pero el humor compensa junto a las grandes interpretaciones que no pasaron ni pasarán desapercibidas.





Radamés Larrazábal. Comunicador social. Profesor universitario.
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